lunes, 10 de diciembre de 2018

Conclusiones de una final histórica, desde la óptica de un bostero

River ganó bien, hay que decirlo. Pero Boca también lo pudo haber ganado, y también hay que decirlo.

El equipo de Marcelo Gallardo (verdadero artífice de éste y tantos campeonatos) siempre se mantuvo fiel a su estilo de juego, aún yendo en desventaja en tres oportunidades (tanto en La Boca como en el Bernabeu). Nunca se desesperó ni se fue al ataque carente ideas y a mansalva, como hacen la mayoría de los equipos cuando van perdiendo, urgidos por el resultado y el tiempo que se agota. Y no fue casualidad: la misma paciencia la mostró contra el Gremio en Brasil, cuando perdía 1 a 0 y necesitaba hacer dos goles para ganar la serie; y los hizo, con golazos a puro futbol y toque.
Por el lado de Boca, Guillermo empezó haciendo todo bien, pero después hizo todo mal. Puso en cancha al mejor equipo posible: fuerte, rápido y efectivo. Un equipo copero que jugó mejor que River en el primer tiempo.
La carta del triunfo de Boca siempre fue Benedetto, que metió un hermoso gol con una definción exquisita. Pero Guillermo lo sacó en el entretiempo (no sabemos si por pedido del jugador) y Boca se quedó sin contragolpe y sin gol.
Con ese planteo y esos jugadores en cancha restaban 45 minutos solamente para defender, y mandarle algún pelotazo a Wanchope, que claramente no tiene la capacidad técnica del Pipa.
Segundo error de Guillermo: el banco de suplentes. A Boca le sobran delanteros pero le faltan volantes.
Boca tenía tres número 9 en el banco (Tevez, Zárate y el ingresado Ábila) y apenas un volante, Gago, que viene de una lesión y con pocos minutos de fútbol.
La sentencia del partido fue la cuestionable expulsión al jugador más regular de toda la era Guillermo, el colombiano Barrios (pretendido por el Real Madrid) que aunque no tiene un juego deslumbrante, corre los 90 minutos y marca como nadie. Es de esos jugadores invisibles que te hacen ganar partidos, y campeonatos.
Así River le perdió el respeto, y con la muñeca del muñeco Gallardo, transformó amenazas en oportunidades, y debilidades en fortalezas. Afuera Ponzio y adentro Quinteros, que potenció a sus compañeros y fue la figura del partido.
Boca fue de mayor a menor, y River de menor a mayor. Lo importante en el fútbol, como en la vida, no es cómo uno empieza, sino como termina.
Felicidades a ambos por esta gran final!


lunes, 24 de septiembre de 2018

Una obra maestra del cine argentino

Hay películas, sobre todo películas argentinas, en las cuales uno piensa mientras las ve: "esta película la puedo hacer yo". Definitivamente, Mi Obra Maestra no la puedo hacer yo, ni la puede hacer cualquiera.
Arturo y Renzo, galerista y artista. Amigos entrañables.
El guión de Andrés Duprat no sólo es comiquísimo hasta las lágrimas, sino que es sofisticado y sumamente inteligente. La película presenta innumerables aristas y situaciones que con el correr de la cinta se van superando. Vueltas de tuerca, sorpresas, todo en escenarios captados con una estética extraordinaria.
Mi obra maestra es bien porteña. Sus personajes son porteños pero a su vez cosmopolitas. Las locaciones de la ciudad muestran su mejor perfil y el arte está bien plagado en los planos y la fotografía.
Aunque tiene una buena dosis de humor negro, no deja de ser un canto a la vida. Brandoni y Francella se llevan todos los aplausos y abordan el principal tema de la película: la amistad. Aún así, la incursión de Alex, el personaje del actor español Raúl Arévalo, extiende el campo hacia otros tópicos no menos vigentes, como la ética, la perseverancia y la vocación, abriendo entre todos algunos interrogantes acerca del sentido de la vida en la vorágine del ritmo que impone el capitalismo.
Definitivamente, una obra maestra.