lunes, 24 de septiembre de 2018

Una obra maestra del cine argentino

Hay películas, sobre todo películas argentinas, en las cuales uno piensa mientras las ve: "esta película la puedo hacer yo". Definitivamente, Mi Obra Maestra no la puedo hacer yo, ni la puede hacer cualquiera.
Arturo y Renzo, galerista y artista. Amigos entrañables.
El guión de Andrés Duprat no sólo es comiquísimo hasta las lágrimas, sino que es sofisticado y sumamente inteligente. La película presenta innumerables aristas y situaciones que con el correr de la cinta se van superando. Vueltas de tuerca, sorpresas, todo en escenarios captados con una estética extraordinaria.
Mi obra maestra es bien porteña. Sus personajes son porteños pero a su vez cosmopolitas. Las locaciones de la ciudad muestran su mejor perfil y el arte está bien plagado en los planos y la fotografía.
Aunque tiene una buena dosis de humor negro, no deja de ser un canto a la vida. Brandoni y Francella se llevan todos los aplausos y abordan el principal tema de la película: la amistad. Aún así, la incursión de Alex, el personaje del actor español Raúl Arévalo, extiende el campo hacia otros tópicos no menos vigentes, como la ética, la perseverancia y la vocación, abriendo entre todos algunos interrogantes acerca del sentido de la vida en la vorágine del ritmo que impone el capitalismo.
Definitivamente, una obra maestra.